jueves, 18 de octubre de 2007

Viaje a la pérfida Albión (1)

Día 1 (noche) - ¿Y mi maleta?

“A ti te tenía que pasar, Carlos”. Ese fue el primer pensamiento que cruzó mi cabeza, y que posteriormente sería reproducido por amigos y compañeros de la universidad, cuando los cabrones de Aer Arann me perdieron el equipaje.

¿Y cómo fue esto? Pues mirad: yo facturé el equipaje para que fuera a Cardiff directamente, para así no tener que volver a facturarlo en Dublín, donde hacía escala. Hasta la capital irlandesa volé con Iberia, y desde allí hasta Cardiff cubrí el recorrido con un infame e irrisorio bimotor de hélice más estrecho que un autobús interurbano, propiedad de la ignominiosa Aer Arann. Parece ser que, mientras yo, feliz, leía un libro de Noam Chomsky y tomaba una Coca-Cola de 25cl por la que me había soplado una libra en mi asiento, mi equipaje se quedaba en Dublín.

Así que ahí estaba yo, hablando con una mujer danesa a cargo de la oficina de reclamaciones, contándole mi vida y obra, y la terrible desgracia a la que me habían condenado los de Aer Arann. Llamo a mi madre y le cuento el panorama, y luego hago lo mismo con Luismi. “Si es que, ¿para qué vienes, friki? Siempre te tiene que pasar algo.” Dejo a la amable danesa en paz después de que me entregase una colección de impresos de reclamación y prometerme que harían lo que estuviera en su mano. Sólo con mi equipaje de mano y con mi ropa sudada me dirijo hacia la estación de autobuses, donde uno me llevará hasta la Cardiff Central Station, lugar de reunión con mis antiguos camaradas. Hora local: 22.00 horas aproximadamente.

Un policía me dijo que mi autobús tardaría en llegar aproximadamente 40 minutos. Consideré en ese momento más adecuado para mi salud y mi nervios dejarme más de 20 libras en un taxi hasta la CCS. Minutos después de agradable conversación con el taxista (escocés, por cierto, pero se le entendía bien), llegué a la estación, y poco después, se produjo el feliz reencuentro con Luismi, Ales y Tudelau, que había llegado horas antes que yo.

Con lo puesto, cenamos en un Subway y luego nos fuimos a un bar, el Billabong, un sitio agradable donde tomarte una pinta de cerveza rubia o lager. Tras unos minutos de charla en los que les puse al día con lo ocurrido durante su mes de ausencia, la pifia con mis maletas y otros asuntos, apareció Steffi, una chica alemana que ha hecho buenas migas con Ales y Luismi. Es agradable y simpática. Tiene cara típicamente sajona, lleva gafas y calza unas rastas en la cabeza que Tudelau juzgó como bien elaboradas y cuidadas. Terminó cayéndome bien.

Nos despedimos de Steffi, y nos vamos a casa de los mangurrianes, el número 29 de Boverton St. Conocemos a Pierre y a Julienn, los dos compañeros franceses con los que viven, gilipollas y majete respectivamente. Taela, la otra compañera, está enferma y durmiendo, cosa que nosotros haríamos en breve.

Día 2 (mañana) – Una universidad bien UWICada

El ladillo es un chiste tan estúpido que ni siquiera me ha hecho gracia a mí cuando lo he escrito, pero ahí queda. Tras levantarnos bien tarde y yo vestirme con una amalgama de la ropa de Luismi y lo que quedaba sin sudar de la mía (los vaqueros, básicamente), acompañamos a la universidad a los señores Erasmus y, mientras ellos dan dos horas de clase, Tudelau y yo charlamos en la pequeña cafetería de la universidad.

Ales ya describió la universidad en este blog en uno de los primeros artículos, así que yo simplemente diré que es la leche. A mí, por lo menos, me pareció fantástica, Tudelau estaba un poco más desencantada.

Cuando volvimos a casa por fin conocimos a Taela, la dueña de la habitación más grande de la casa y una chica que trata de poner un poco de orden británico (es de Bristol) en la jungla de roña que han creado los otros cuatro chavales mediterráneos.

¿Planes para la tarde? Luismi y Ales nos comunican que nos han metido a destrangis en un acto para Erasmus. Pero esto lo relataré en otro post, amigos.

Salud.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En mi defensa he de decir que el porcentaje de culpa que me corresponde a mí por la roña es el más pequeño, sin duda. Mi habitación es, a leguas, la más pulcra. El resto de la casa estaba en un estado más lamentable de lo habitual esos días porque a Julien y Luismi se les piró el turno de limpieza. Normalmente está mejor. Eso sí, de las zonas comunes pasamos bastante porque, qué coño, es nuestro año Erasmus y tenemos mejores cosas que hacer que limpiar la mierda que dejan los franceses. Por cierto, a la hora de limpiar tampoco nos gana nadie, porque hay que ver las maneras que se gastan aquí, sobre todo con los platos y los vasos... acojonante.